JESÚS CONDENADO A MUERTE
“Me
da vergüenza Señor ponerme delante de Tu santo semblante, porque me parezco tan
poco a Ti. En la flagelación sufriste tanto por mí que sólo ese dolor te
hubiera matado si no fuera por la voluntad y la sentencia del Padre celestial
que murieras en la cruz. Y para mí es difícil aguantar las infracciones
pequeñas e imperfecciones de las personas de casa y de los prójimos. Tú, por
misericordia, derramaste tanta sangre por mí. Y para mí cada ofrecimiento, cada
abnegación para el prójimo es dura. Tu con paciencia inefable y callando
enduraste el dolor de flagelación y yo me quejo y gimo cuando me toque aguantar
por Ti algún dolor o desprecio por parte del prójimo” (Tomo II, p. 103).
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V. Adoramus te,
Christe, et benedicimus tibiR. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
«Reo es de muerte», dijeron de
Jesús los miembros del Sanedrín, y, como no podían
ejecutar a nadie, lo llevaron de la casa de Caifás al Pretorio. Pilato
no encontraba razones para condenar a Jesús, e incluso trató de
liberarlo, pero, ante la presión amenazante del pueblo instigado por sus
jefes: «¡Crucifícalo, crucifícalo!», «Si
sueltas a ése, no eres amigo del César», pronunció la
sentencia que le reclamaban y les entregó a Jesús, después
de azotarlo, para que fuera crucificado.
San Juan el evangelista nos dice que, pocas
horas después, junto a la cruz de Jesús estaba María su
madre. Y hemos de suponer que también estuvo muy cerca de su Hijo a lo
largo de todo el Vía crucis.
Cuántos temas para la
reflexión nos ofrecen los padecimientos soportados por Jesús
desde el Huerto de los Olivos hasta su condena a muerte: abandono de los suyos,
negación de Pedro, flagelación, corona de espinas, vejaciones y
desprecios sin medida. Y todo por amor a nosotros, por nuestra
conversión y salvación.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
II ESTACION
JESÚS
LLEVA LA CRUZ
“Con profunda compasión voy a seguir a Jesús.
Voy a soportar con paciencia ese disgusto, qué pequeño para dar homenaje a Su
camino a Gólgota. ¡ Si va a la muerte por mí! Por mis pecados sufre! ¿Cómo
puedo estar indiferente respecto a eso?
No quieres Señor que lleve contigo Tu
pesada cruz sino que aguante diariamente, pacientemente mis pequeñas cruces.
Pero hasta ahora no lo he hecho. Me da vergüenza y pena esa pusilanimidad e
ingratitud mía. Decido recibir con confianza y aguantar con amor todo lo que
pongas sobre mí por Tu misericordia” (Tomo II, p. 119).
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Condenado muerte, Jesús quedó
en manos de los soldados del procurador, que lo llevaron consigo al pretorio y,
reunida la tropa, hicieron mofa de él. Llegada la hora, le quitaron el
manto de púrpura con que lo habían vestido para la burla, le
pusieron de nuevo sus ropas, le cargaron la cruz en que había de morir y
salieron camino del Calvario para allí crucificarlo.
El peso de la cruz es excesivo para las
mermadas fuerzas de Jesús, convertido en espectáculo de la chusma
y de sus enemigos. No obstante, se abraza a su patíbulo deseoso de
cumplir hasta el final la voluntad del Padre: que cargando sobre sí el
pecado, las debilidades y flaquezas de todos, los redima. Nosotros, a la vez
que contemplamos a Cristo cargado con la cruz, oigamos su voz que nos dice:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz cada día, y sígame».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
III ESTACION
JESÚS
CAE POR PRIMERA VEZ
“Llevaste Señor una terrible carga- los
pecados de todo el mundo de todos los tiempos (...). Por eso cesan Tus fuerzas.
No puedes seguir con este peso debajo del cual Te caes. Cordero de Dios que,
por Tu misericordia, quitas el pecado del mundo, por el peso de Tu cruz,
desembarázame de la pesada carga de mis pecados y enciende el fuego de Tu amor,
para que su llama nunca muera” (Tomo II, p. 123).
V. Te adoramos, oh
Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo.[V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Nuestro Salvador, agotadas las fuerzas por
la sangre perdida en la flagelación, debilitado por la acerbidad de los
sufrimientos físicos y morales que le infligieron aquella noche, en
ayunas y sin haber dormido, apenas pudo dar algunos pasos y pronto cayó
bajo el peso de la cruz. Se sucedieron los golpes e imprecaciones de los
soldados, las risas y expectación del público. Jesús, con
toda la fuerza de su voluntad y a empellones, logró levantarse para
seguir su camino.
Isaías había profetizado de
Jesús: «Eran nuestras dolencias las que él llevaba y
nuestros dolores los que soportaba. Yahvé descargó sobre
él la culpa de todos nosotros». El peso de la cruz nos hace tomar
conciencia del peso de nuestros pecados, infidelidades, ingratitudes..., de
cuanto está figurado en ese madero. Por otra parte, Jesús, que
nos invita a cargar con nuestra cruz y seguirle, nos enseña aquí
que también nosotros podemos caer, y que hemos de comprender a los que
caen; ninguno debe quedar postrado; todos hemos de levantarnos con humildad y
confianza buscando su ayuda y perdón.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
IV ESTACION
JESÚS
ENCUENTRA A SU MADRE
“Madre Santísma, madre Virgen, haz que me
contagie del dolor de Tu alma. Te quiero Madre dolorosa que sigues el mismo
camino por el que caminó Tu amadísimo Hijo- el camino de vergüenza y de
humillación, de menosprecio y maldición, grábame en Tu corazón inmaculado y,
como la Madre de Misericordia, concédeme la gracia, para que, siguiendo a Jesús
y a Ti, no me deprima en este espinoso camino de Calvario que también para mí
trazó la Divina Misericordia” (Tomo II, p. 126).
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
En su camino hacia el Calvario,
Jesús va envuelto por una multitud de soldados, jefes judíos,
pueblo, gentes de buenos sentimientos... También se encuentra
allí María, que no aparta la vista de su Hijo, quien, a su vez,
la ha entrevisto en la muchedumbre. Pero llega un momento en que sus miradas se
encuentran, la de la Madre que ve al Hijo destrozado, la de Jesús que ve
a María triste y afligida, y en cada uno de ellos el dolor se hace mayor
al contemplar el dolor del otro, a la vez que ambos se sienten consolados y
confortados por el amor y la compasión que se transmiten.
Nos es fácil adivinar lo que
padecerían Jesús y María pensando en lo que toda buena
madre y todo buen hijo sufrirían en semejantes circunstancias. Esta es
sin duda una de las escenas más patéticas del Vía crucis,
porque aquí se añaden, al cúmulo de motivos de dolor ya
presentes, la aflicción de los afectos compartidos de una madre y un
hijo. María acompaña a Jesús en su sacrificio y va
asumiendo su misión de corredentora.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
V ESTACION
JESÚS
ES AYUDADO POR EL CIRINEO
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Jesús salió del pretorio
llevando a cuestas su cruz, camino del Calvario; pero su primera caída
puso de manifiesto el agotamiento del reo. Temerosos los soldados de que la
víctima sucumbiese antes de hora, pensaron en buscarle un sustituto.
Entonces el centurión obligó a un tal Simón de Cirene, que
venía del campo y pasaba por allí, a que tomara la cruz sobre sus
hombros y la llevara detrás de Jesús. Tal vez Simón
tomó la cruz de mala gana y a la fuerza, pero luego, movido por el
ejemplo de Cristo y tocado por la gracia, la abrazó con
resignación y amor y fue para él y sus hijos el origen de su
conversión.
El Cireneo ha venido a ser como la imagen
viviente de los discípulos de Jesús, que toman su cruz y le
siguen. Además, el ejemplo de Simón nos invita a llevar los unos
las cargas de los otros, como enseña San Pablo. En los que más
sufren hemos de ver a Cristo cargado con la cruz que requiere nuestra ayuda
amorosa y desinteresada.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
VI ESTACION
LA
VERÓNICA ENJUGA EL ROSTO DE JESÚS
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Dice el profeta Isaías: «No
tenía apariencia ni presencia; lo vimos y no tenía aspecto que
pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de
dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro,
despreciable, y no lo tuvimos en cuenta». Es la descripción
profética de la figura de Jesús camino del Calvario, con el
rostro desfigurado por el sufrimiento, la sangre, los salivazos, el polvo, el
sudor... Entonces, una mujer del pueblo, Verónica de nombre, se
abrió paso entre la muchedumbre llevando un lienzo con el que
limpió piadosamente el rostro de Jesús. El Señor, como
respuesta de gratitud, le dejó grabada en él su Santa Faz.
Una letrilla tradicional de esta sexta
estación nos dice: «Imita la compasión / de Verónica
y su manto / si de Cristo el rostro santo / quieres en tu corazón».
Nosotros podemos repetir hoy el gesto de la Verónica en el rostro de
Cristo que se nos hace presente en tantos hermanos nuestros que comparten de
diversas maneras la pasión del Señor, quien nos recuerda:
«Lo que hagáis con uno de estos, mis pequeños, conmigo lo
hacéis».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
VII ESTACIÓN
JESÚS
CAE POR SEGUNDA VEZ
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Jesús había tomado de nuevo
la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que
daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas,
cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz. Faltaba poco para llegar
al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús,
empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún
logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.
Nada tiene de extraño que
Jesús cayera si se tiene en cuenta cómo había sido
castigado desde la noche anterior, y cómo se encontraba en aquel
momento. Pero, al mismo tiempo, este paso nos muestra lo frágil que es
la condición humana, aun cuando la aliente el mejor espíritu, y
que no han de desmoralizarnos las flaquezas ni las caídas cuando
seguimos a Cristo cargados con nuestra cruz. Jesús, por los suelos una
vez más, no se siente derrotado ni abandona su cometido. Para Él
no es tan grave el caer como el no levantarnos. Y pensemos cuántas son
las personas que se sienten derrotadas y sin ánimos para reemprender el
seguimiento de Cristo, y que la ayuda de una mano amiga podría sacarlas
de su postración.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
VIII ESTACIÓN
JESÚS
CONSUELA A LAS MUJERES
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Dice el evangelista San Lucas que a
Jesús, camino del Calvario, lo seguía una gran multitud del
pueblo; y unas mujeres se dolían y se lamentaban por Él.
Jesús, volviéndose a ellas les dijo: «Hijas de
Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por
vosotras y por vuestros hijos»; añadiéndoles, en figuras,
que si la ira de Dios se ensañaba como veían con el Justo, ya
podían pensar cómo lo haría con los culpables.
Mientras muchos espectadores se divierten y
lanzan insultos contra Jesús, no faltan algunas mujeres que, desafiando
las leyes que lo prohibían, tienen el valor de llorar y lamentar la
suerte del divino Condenado. Jesús, sin duda, agradeció los
buenos sentimientos de aquellas mujeres, y movido del amor a las mismas quiso
orientar la nobleza de sus corazones hacia lo más necesario y urgente:
la conversión suya y la de sus hijos. Jesús nos enseña a
establecer la escala de los valores divinos en nuestra vida y nos da una
lección sobre el santo temor de Dios.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
IX ESTACIÓN
JESÚS
CAE POR TERCERA VEZ
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Una vez llegado al Calvario, en la
cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús
cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. Las
condiciones en que venía y la continua subida lo habían dejado
sin aliento. Había mantenido su decisión de secundar los planes
de Dios, a los que servían los planes de los hombres, y así
había alcanzado, aunque con un total agotamiento, los pies del altar en
que había de ser inmolado.
Jesús agota sus facultades
físicas y psíquicas en el cumplimiento de la voluntad del Padre,
hasta llegar a la meta y desplomarse. Nos enseña que hemos de seguirle
con la cruz a cuestas por más caídas que se produzcan y hasta
entregarnos en las manos del Padre vacíos de nosotros mismos y
dispuestos a beber el cáliz que también nosotros hemos de beber.
Por otra parte, la escena nos invita a recapacitar sobre el peso y la gravedad
de los pecados, que hundieron a Cristo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
X ESTACIÓN
JESÚS
ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
“En este terrible misterio estuvo presente
la Santísima Madre que lo vió todo, lo escuchó todo y lo miró todo con
atención. Uno puede imaginarse el dolor interior por el que pasó viendo a Su
Hijo profundamente avergonzado en la sangrienta desnudez, probando una amarga
bebida a la que yo también había vertido la amargura con el pecado del abuso de
la comida y la bebida. Desde este momento decido, con ayuda de la gracia
Divina, practicar una sabia mortificación en este asunto, para que la desnudez
de mi alma no ofenda a los ojos de Jesús ni a Su santísima Madre” (Tomo II, p.
145).
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Ya en el Calvario y antes de crucificar a
Jesús, le dieron a beber vino mezclado con mirra; era una piadosa
costumbre de los judíos para amortiguar la sensibilidad del que iba a
ser ajusticiado. Jesús lo probo, como gesto de cortesía, pero no
quiso beberlo; prefería mantener la plena lucidez y conciencia en los
momentos supremos de su sacrificio. Por otra parte, los soldados despojaron a
Jesús, sin cuidado ni delicadeza alguna, de sus ropas, incluidas las que
estaban pegadas en la carne viva, y, después de la crucifixión,
se las repartieron.
Para Jesús fue sin duda muy doloroso
ser así despojado de sus propios vestidos y ver a qué manos iban
a parar. Y especialmente para su Madre, allí presente, hubo de ser en
extremo triste verse privada de aquellas prendas, tal vez labradas por sus
manos con maternal solicitud, y que ella habría guardado como recuerdo
del Hijo querido.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SEÑOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
XI ESTACIÓN
JESÚS
CRUCIFICADO
"Pongámonos en los pensamientos en
Gólgota, bajo la cruz de Jesús y meditemos en esa terrible escena. Entre el
cielo y la tierra está colgado el Salvador, en las afueras, rechazado por su
gente, está colgado como un delincuente, entre otros delincuentes, como una
imagen de la ínfima miseria, desamparo y dolor. Sin embargo Él se parece a un
comandante, que conquista las naciones, no con espada y armas- sino con la
cruz- no para matarlas sino para salvarlas. Porque la cruz del Salvador se hará
desde entonces una herramienta de la gloria de Dios, de la justicia y de la
infinita misericordia" (Tomo II, p. 150).
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
«Y lo crucificaron», dicen
escuetamente los evangelistas. Había llegado el momento terrible de la
crucifixión, y Jesús fue fijado en la cruz con cuatro clavos de
hierro que le taladraban las manos y los pies. Levantaron la cruz en alto y el
cuerpo de Cristo quedó entre cielo y tierra, pendiente de los clavos y
apoyado en un saliente que había a mitad del palo vertical. En la parte
superior de este palo, encima de la cabeza de Jesús, pusieron el
título o causa de la condenación: «Jesús el Nazareno,
el Rey de los judíos». También crucificaron con él a
dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
El suplicio de la cruz, además de
ser infame, propio de esclavos criminales o de insignes facinerosos, era
extremadamente doloroso, como apenas podemos imaginar. El espectáculo
mueve a compasión a cualquiera que lo contemple y sea capaz de nobles
sentimientos. Pero siempre ha sido difícil entender la locura de la
cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. La liturgia
canta la paradoja: «¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol donde la
Vida empieza / con un peso tan dulce en su corteza!».
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SENOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
XII ESTACIÓN
JESÚS
MUERTE EN LA CRUZ
"Nadie presenció ese acto de
sacrificio con tan maravillosos y adecuados sentimientos y pensamientos como la
Madre de la Misericordia. Tal como durante la Concepción y la Natividad
sustituía a toda la humanidad, adorando y amando ardientemente al Dios del
universo, también ante su muerte adoraba el cuerpo inerte, lloraba la pérdida
del Hijo, pero a la vez no se olvidaba de sus hijos adoptivos. Los
representantes de ellos son San Juan Apóstol y el recién convertido criminal
por el cual había intercedido. Toma también mi defensa, o Madre de
Misericordia, acuérdate de mí, cuando en mi agonía, encomiende mi alma al
Padre" (Tomo II, p. 195).
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Desde la crucifixión hasta la muerte
transcurrieron tres largas horas que fueron de mortal agonía para
Jesús y de altísimas enseñanzas para nosotros. Desde el
principio, muchos de los presentes, incluidas las autoridades religiosas, se
desataron en ultrajes y escarnios contra el Crucificado. Poco después
ocurrió el episodio del buen ladrón, a quien dijo Jesús:
«Hoy estarás conmigo en el paraíso». San Juan nos
refiere otro episodio emocionante por demás: Viendo Jesús a su
Madre junto a la cruz y con ella a Juan, dice a su Madre: «Mujer,
ahí tienes a tu hijo»; luego dice al discípulo:
«Ahí tienes a tu madre»; y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa. Después de esto, nos dice
el mismo evangelista, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, dijo:
«Tengo sed». Tomó el vinagre que le acercaron, y
añadió: «Todo está cumplido». E inclinando la
cabeza entregó el espíritu.
A los motivos de meditación que nos
ofrece la contemplación de Cristo agonizante en la cruz, lo que hizo y
dijo, se añaden los que nos brinda la presencia de María, en la
que tendrían un eco muy particular los sufrimientos y la muerte del hijo
de sus entrañas.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SENOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
XIII ESTACIÓN
JESÚS
EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Para que los cadáveres no quedaran
en la cruz al día siguiente, que era un sábado muy solemne para
los judíos, éstos rogaron a Pilato que les quebraran las piernas
y los retiraran; los soldados sólo quebraron las piernas de los otros
dos, y a Jesús, que ya había muerto, uno de los soldados le
atravesó el costado con una lanza. Después, José de
Arimatea y Nicodemo, discípulos de Jesús, obtenido el permiso de
Pilato y ayudados por sus criados o por otros discípulos del Maestro, se
acercaron a la cruz, desclavaron cuidadosa y reverentemente los clavos de las
manos y los pies y con todo miramiento lo descolgaron. Al pie de la cruz estaba
la Madre, que recibió en sus brazos y puso en su regazo maternal el
cuerpo sin vida de su Hijo.
Escena conmovedora, imagen de amor y de
dolor, expresión de la piedad y ternura de una Madre que contempla,
siente y llora las llegas de su Hijo martirizado. Una lanza había
atravesado el costado de Cristo, y la espada que anunciara Simeón
acabó de atravesar el alma de la María.
Padrenuestro, Avemaría y
Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SENOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
XIV ESTACIÓN
JESÚS
PUESTO EN EL SEPULCRO
V. Te
adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
José de Arimatea y Nicodemo tomaron
luego el cuerpo de Jesús de los brazos de María y lo envolvieron
en una sábana limpia que José había comprado. Cerca de
allí tenía José un sepulcro nuevo que había cavado
para sí mismo, y en él enterraron a Jesús. Mientras los
varones procedían a la sepultura de Cristo, las santas mujeres que
solían acompañarlo, y sin duda su Madre, estaban sentadas frente
al sepulcro y observaban dónde y cómo quedaba colocado el cuerpo.
Después, hicieron rodar una gran piedra hasta la entrada del sepulcro, y
regresaron todos a Jerusalén.
Con la sepultura de Jesús el
corazón de su Madre quedaba sumido en tinieblas de tristeza y soledad.
Pero en medio de esas tinieblas brillaba la esperanza cierta de que su Hijo
resucitaría, como Él mismo había dicho. En todas las
situaciones humanas que se asemejen al paso que ahora contemplamos, la fe en la
resurrección es el consuelo más firme y profundo que podemos
tener. Cristo ha convertido en lugar de mera transición la muerte y el
sepulcro, y cuanto simbolizan.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
SENOR, AYÚDAME A SEGUIRTE CON CONFIANZA
XV ESTACION
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
JESÚS RESUCITA DE ENTRE LOS MUERTOS
R. Pues por tu santa cruz redimiste al
mundo.
[V.
Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.]
Pasado el sábado, María
Magdalena y otras piadosas mujeres fueron muy de madrugada al sepulcro.
Llegadas allí observaron que la piedra había sido removida.
Entraron en el sepulcro y no hallaron el cuerpo del Señor, pero vieron a
un ángel que les dijo: «Buscáis a Jesús de Nazaret,
el Crucificado; ha resucitado, no está aquí». Poco
después llegaron Pedro y Juan, que comprobaron lo que les habían
dicho las mujeres. Pronto comenzaron las apariciones de Jesús
resucitado: la primera, sin duda, a su Madre; luego, a la Magdalena, a
Simón Pedro, a los discípulos de Emaús, al grupo de los
apóstoles reunidos, etc., y así durante cuarenta días.
Nadie presenció el momento de la resurrección, pero fueron muchos
los que, siendo testigos presenciales de la muerte y sepultura del
Señor, después lo vieron y trataron resucitado.
En los planes salvíficos de Dios, la
pasión y muerte de Jesús no tenían como meta y destino el
sepulcro, sino la resurrección, en la que definitivamente la vida vence
a la muerte, la gracia al pecado, el amor al odio. Como enseña San
Pablo, la resurrección de Cristo es nuestra resurrección, y si
hemos resucitado con Cristo hemos de vivir según la nueva
condición de hijos de Dios que hemos recibido en el bautismo.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Jesús, pequé: Ten piedad y
misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y
muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima
Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.
Oremos: Señor Jesucristo,
tú nos has concedido acompañarte, con María tu Madre, en
los misterios de tu pasión, muerte y sepultura, para que te
acompañemos también en tu resurrección; concédenos
caminar contigo por los nuevos caminos del amor y de la paz que nos has
enseñado. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Amén
Oremos: Señor
Jesús, de tu Cruz se desprende un rayo de luz. En tu muerte ha sido
vencida nuestra muerte y se nos ha ofrecido la esperanza de la
resurrección. ¡Asidos a tu Cruz, quedamos en la espera confiada de
tu vuelta, Señor Jesús, Redentor nuestro!
«Anunciamos tu muerte, proclamamos tu
resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!».
Amén.